18 enero, 2016

Fabricando a un asesino (Making a murderer), la realidad sobrepasa la ficción

Netflix se ha metido de lleno en la producción de series y películas. Proyectos como Narcos, Jessica Jones o Beasts of no nation (que si bien no ha conseguido colarse entre las nominaciones de los Oscar como se pretendía, al menos ha dejado en alto el listón), muestran el buen momento que vive la producción propia de televisión. El último éxito de Netflix es la docuserie Making a murderer (ya disponible en el portal de Netflix), que desvela el ridículo de un sistema judicial incapaz de hacer frente a la corrupción policial.

El caso de Steve Avery es una de esas crónicas vitales que superan con creces un posible guión de ficción. En 2005, dos estudiantes de la Universidad de Columbia (Moira Demos y Laura Ricciardi), encontraron en un artículo de The New York Times la inspiración para poner en marcha su tesis doctoral. El artículo describía la historia de Steve Avery, condenado por una violación que se demostró gracias a las pruebas de ADN que no había cometido, pero que tuvo que pasar 18 años en la cárcel antes de poder demostrar su inocencia, poniendo n entredicho además la ética de las fuerzas policiales del condado de Manitowoc, que le incriminaron a sabiendas incluso de su inocencia. Éste sin embargo no es el relato que nos describe la serie, sino solo el prólogo de una historia aún más rocambolesca. 

Cuando Steve Avery gozaba de libertad, y tras una demanda millonaria al condado, casualmente fue de nuevo acusado, esta vez por el asesinato de Teresa Halbach, una joven desaparecida en la zona. Y esta vez sí, condenado a una cadena perpetua que aún cumple, a pesar de los numerosos indicios que dejan constancia de la posible manipulación de pruebas por parte de la policía. Este es el grueso del documental, y lo que documentaron Moira Demos y Laura Ricciardi durante más de 10 años, siguiendo todo el juicio y entrevistando a familiares y abogados. La serie, rechazada por otras cadenas de televisión, finalmente fue producida por Netflix después de ver los tres primeros capítulos, y se añadieron posteriormente nuevas grabaciones y un montaje que desgrana con sabiduría los vericuetos de un complejo proceso judicial.

El infierno vivido por Steve Avery resulta escalofriante, y la sucesión de contradicciones y hechos aparentemente probados de corrupción e ineptitud en el seno de la policía acaban siendo devastadores. Lo más terrible, sin embargo, es la constatación de la ineficacia de las instituciones para controlar estos elementos corruptos. Al margen del relato de esta historia terrible para el protagonista, las grandes virtudes de Making a murderer es la capacidad de narrarlo con buenas dosis de suspense, sabiendo dejar cada capítulo en un cliffhanger que nos invita a seguir el siguiente episodio con interés, dosificando la información, sembrando datos, convirtiendo a los protagonistas de la historia casi en los personajes de una trama de suspense. 

Bien es verdad que, a mitad de la serie, cuando ésta se centra más en el desarrollo de los juicios que se celebraron, el interés puede decaer por la excesiva reiteración de datos y declaraciones de diversos testigos. Y que la postura de las cineastas resulta evidentemente más cercana al protagonista, dejando un especial protagonismo a los dos abogados que le defendieron, para poder explicar (y reiterar) al espectador la historia desde su punto de vista. El fiscal del caso, Ken Kratz, a pesar de no haber querido ser entrevistado para la serie, tras su estreno ha realizado declaraciones en las que se quejado de la parcialidad del documental, acusando a las directoras de dejar fuera aspectos de la investigación que incriminaban claramente al protagonista en los hechos enjuiciados. Y en cierto modo, como espectadores desconocedores de la historia, sí que resulta incomprensible que, a pesar de todos los indicios de pruebas falsas que nos describe la parte defensora, las sentencias de los jurados resulten tan claras. 


Desde el punto de vista televisivo, Making a murderer es un ejemplo de producción documental, con sus posible defectos y sus muchas virtudes. Se trata también de una necesaria revisión de los resortes policiales que se manejan a lo largo de una investigación, y de la real capacidad del sistema judicial (en Estados Unidos o en cualquier otro país democrático), para dar a un acusado las herramientas necesarias para demostrar su inocencia. Como comenta uno de los abogados de Steve Avery: "El peor mal de nuestro sistema judicial radica en la certeza infundada de agentes de policía y fiscales, de abogados defensores, jueces y jurados de que solo ellos están en posesión de la verdad. Es una trágica falta de humildad de todos los que participan en nuestro sistema penal. (...) Puedes afirmar que nunca vas a cometer un crimen. Pero es imposible garantizar que nunca te van a acusar de un crimen. Y si eso ocurre... entonces, buena suerte con este sistema penal".  

La historia de Steve Avery continúa tras el estreno de la serie y el apoyo de numerosos personajes públicos y ciudadanos. Tras la petición a la Casa Blanca de un indulto que ésta rechazó el pasado 7 de enero por considerar que le corresponde al Estado de Wisconsin concederlo o no, Steve Avery se ha puesto en manos de una abogada experta en condenas injustas que ha comenzado a trabajar en la reapertura de su caso. Y las directoras tienen la intención de continuar haciendo seguimiento a esta historia con el propósito de estrenar una segunda temporada. Al menos la serie sirve para encender los colores de un sistema judicial que se sabe imperfecto pero al que no le gusta demasiado que se lo recuerden públicamente. 

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