La "gran manzana" es constante referencia o protagonista de numerosas películas. Nueva York se eleva sobre el arte como paradigma de la ciudad cosmopolita y cultural. Pero también hay mierda debajo de las alfombras. Y habitantes singulares que la miran de un modo diferente. Estos son tres ejemplos de documentales que nos revelan aspectos diferentes de la vida en Nueva York.
Client 9. The rise and fall of Elliot Spitzer (2010). Dirigido por Alex Gibney, el cineasta que nos mostró la demencia financiera de Wall Street en Enron: the smartest guys in the room (2005), la sórdida cultura de la tortura de las tropas estadounidenses en Taxi to the other side (2007), la tortuosa existencia del periodista Hunter S. Thompson en Gonzo: The life and death of Hunter S. Thompson (2008) o las vicisitudes estafadoras del republicano Jack Abramoff en Casino Jack and the United States of Money (2010). Su prolífica disección del lado oscuro de la sociedad norteamericana se detiene ahora en la caída del que fuera fiscal y después gobernador de Nueva York, tras el descubrimiento de sus flirteos con la prostitución de alto standing. Nada nuevo bajo el sol (ya sabemos que quienes mantienen el negocio de la prostitución son en buena medida los mismos que vociferan en contra de ella desde sus púlpitos). Y desde luego, vemos en la caída de este prometedor político, al que le traicionó su propia bragueta, uno de esos característicos retratos de la hipocresía del poder (mientras fue fiscal ordenó no pocas redadas contra clubs de prostitución). Pero lo más terrorífico es ver los rostros de esos maquiávelicos poderosos seniles (los amos de Nueva York) a los que se enfrentó Spitzer y que al final acabaron cavando su sepultura política a base de chantajes, falsos testimonios y chismorreos. O lo que es lo mismo, da miedo comprobar en manos de qué clase de psicópatas está el poder económico de la Gran Manzana.
Page one: Inside the New York Times (2011). Rastrear los entresijos de uno de los rotativos más prestigiosos del mundo resulta fascinante. Más que por descubrirnos aspectos más o menos desconocidos, por introducirnos en el mainstream del periodismo que se cuece en Nueva York. Decía la crítica de la revista Empire que, curiosamente, lo que no tiene este documental es rigor periodístico. Y puede que sea cierto, dado que al director Andrew Rossi le falta cierto distanciamiento en el retrato que hace del que, no lo olvidemos, es también uno de los periódicos más controvertidos (algún ejemplo del periodismo sucio que suele practicar esta publicación se muestra en el documental). Lo interesante, al margen de haber sabido escoger a personajes de poderoso magnetismo y de construir un relato de ritmo frenético, es la reflexión que plantea en torno a la desaparición del periodismo tradicional. Y no solo de los periódicos de papel, sino de la forma en que se difunden las noticias y la entrada de nuevos actores en el mundo de la información (blogueros, Wikileaks, Gawker...). En un momento en el que el periodismo en general (también en España) vive un momento de crisis profunda, éste es un documental revelador.
Bill Cunningham New York (2011). En su intento por adaptarse a las nuevas formas audiovisuales, The New York Times ha abierto su campo de acción y se ha convertido en productora de cine. Aunque solo sea para homenajear en este esperanzador documental a uno de sus artistas más relevantes. Si algún día caminas por Nueva York y un señor en bicicleta te hace una fotografía, compra el New York Times, porque quizás salgas en él. Bill Cunningham es uno de esos artistas de la fotografía que desde hace más de 30 años se ha dedicado a recorrer las calles de Nueva York en su bicicleta capturando la vida de la ciudad, y sobre todo capturando la esencia de la moda real. Fotógrafo de pasarelas, en realidad se le ve disfrutar más en la calle que en las grandes citas de la moda. Pero es su personalidad la que nos acaba enamorando: austero y modesto, ha consagrado su vida al trabajo (literalmente, no se le conoce más relación sentimental que la que mantiene con su cámara) que, además, es lo que más le gusta. Y se nota que aún tiene, después de tantos años, esa mirada casi infantil cuando descubre algo que le atrapa y que puede atrapar con su cámara.
Quizás la mejor definición de esa ciudad alejada de la mirada turística la hace Bill Cunningham cuando habla de su trabajo: "Sólo intento hacer lo correcto. Y eso en Nueva York es casi imposible. Ser honesto e íntegro en Nueva York... es como Don Quijote luchando contra los molinos de viento".
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