Llega el final del año y llegan los premios para todo. Los críticos, el público, los académicos, los profesionales, hasta los guionistas aunque estén en huelga. Estamos en Navidad y hay que ser generosos.
En Estados Unidos son más dados a las dádivas, y todas las asociaciones de críticos otorgan sus galardones, por eso de aprovechar el tirón de las nominaciones de los Oscar. En España, como la crítica está menos unida que los productores andaluces, pues poca cosa: que si los Premios Yoga (esa imitación de los Razzies que tienen menos gracia que un chiste malo), que si los premios de la Asociación de Escritores Cinematográficos (¿alguien pertenece a esa asociación?). Y, claro, como ASECAN (la asociación andaluza) ha pasado al limbo del olvido, ni siquiera tenemos la oportunidad de traer desde Madrid a los profesionales andaluces que solo vienen de visita.
De los Globos de Oro se deduce que este año no hay una clara favorita para los Oscar, y que títulos aparentemente tan poco trascendentes como Atonement (Expiación. Más allá de la pasión). También se deduce que el fenómeno Laberinto del fauno no lo repite Telecinco este año ni de coña, y que El orfanato tiene cada vez menos posibilidades de acceder a los Oscar. ¿Alguien de verdad pensaba ver a Belén Rueda nominada al oscar? Bueno, si nos equivocamos habrá que rectificar. Y también que Javier Bardem y Alberto Iglesias se consolidan cada vez más como los mejores representantes del cine español en el extranjero, gracias a su progresiva y cuidadosa selección de proyectos (magnífica la banda sonora de Alberto Iglesias para Cometas en el cielo.)
Los Goya, al margen de idioteces como la de pretender eliminar las categorías de cortos y al final acabar eliminando la de Mejor Película Europea (ante el ridículo bochornoso que estamos haciendo frente a los colegas europeos), ofrecen lo que hay, es decir, mediocridad. Que las mejores producciones del año sean, a juicio de los propios profesionales, una película de terror al uso como El orfanato, una tópica historia de guerra civil como Las 13 rosas, o una comedia sosa como Siete mesas de billar francés, debería hacernos reflexionar sobre el estado de nuestro cine. Por ahí se ha colado La soledad que, aunque no sea objeto de mi devoción (cine pretencioso), por lo menos es una propuesta diferente a la narración superflua que estamos viendo últimamente. Personalmente, me parecen películas más solventes, y que deberían haber tenido otro trato mejor, Bajo las estrellas, Mataharis o La zona, aunque terminen de ser redondas.
Pero este año toca lo que toca, es decir, El orfanato como el gran bluff (no a nivel de taquilla, pero sí en cuanto a pretensiones internacionales) al que hay que premiar para que se queden contentos los chicos de Telecinco; un poco de homenaje a la memoria histórica, para que los que se queden contentos sean los zetapés; y una palmadita al productor Querejeta (también presente con el documental de Méndez-Leite El productor, que parece que está hecho hace 30 años).
Al final, ya lo veremos: tendremos a Javier Bardem enarbolando la bandera de los olvidados; a Juan Antonio Bayona reivindicando las canciones de Camela; a Alfredo llevándose el Goya de Honor y dándose hostias con José Luís Garci; a algún cortometrajista con camiseta (siempre la llevan) haciendo alguna referencia a la polémica y todo el mundo, incluidos los que les boicotearon en la Junta Directiva, aplaudiéndole hipócritamente; a Reyes Abades y Gil Larrondo negándose a recoger otro Goya porque ya no tienen sitio en el cuarto de baño; y a Belén Rueda llorando porque no se podía creer que una interpretación tan forzada mereciera un premio de la Academia.
Mención aparte merece nuestro “sine andalú”, ninguneado como un hijo bastardo. Vale que no nominen a El corazón de la tierra, ese intento fallido de hacer cine-espectáculo desde la cuenca minera de Huelva, como mejor película. Pero que se olviden del esfuerzo de producción que se ha hecho y se queden en los efectos visuales y el maquillaje, es bastante sorprendente. Sobre todo porque algunos aspectos destacaban especialmente en esta producción de aspecto ajado: la banda sonora, por ejemplo, mucho más lograda que la música-estorbo de El orfanato, por ejemplo. Y que, cuando un actor asentado en Hollywood como Antonio Banderas trata de poner en marcha un proyecto de producción importante como es Green Moon y realiza una película (sí, aburrida, pretenciosa, pero con ciertos valores técnicos) como El camino de los ingleses sea ninguneado de esta forma, también da que pensar. ¿No cabía ningún joven actor de la película entre las revelaciones? ¿Dónde está el trabajo de Antonio Meliveo, sin duda lo más acertado de esta película? Luego querrán que Antoñito les presente un Goya en la ceremonia, para darle relumbrón.
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