La soledad se reivindica a sí misma como un cine diferente que, enclaustrada en su posición de película de escasa repercusión en taquilla y amplia repercusión entre la crítica autodenominada “sesuda”, ahora ha encontrado un sorprendente apoyo en los Premios de la Academia de Cine.
Jaime Rosales es un director que tiene las ideas muy claras, y que al menos mantiene un cierto discurso de coherencia con su forma de ver el cine. Otra cosa es que ese posicionamiento termine conectando con quienes son los principales receptores de un cine que se mira al ombligo enorgulleciéndose de su malditismo. No sé si los tres Goyas que la Academia le concedió acabarán siendo una bendición o un problema para el cine de Rosales. Lo que sí parece claro es que él seguirá haciendo películas más o menos personales que difícilmente encuentran eco en el público (La soledad no consiguió recuperar ni el 10% del presupuesto invertido).
Su cine gusta mucho en Francia (muy acostumbrados a reivindicar el “contracine” de la “contracultura”). A mí, sin embargo, Las horas del día me produjo un sopor interminable y La soledad me aburre algo menos, pero tampoco logra mantenerme atento a estas historia banales con sus interpretaciones de falsa naturalidad. Y la polivisión, justificada con retrueques lingüísticos por Jaime Rosales, me resulta tan artificiosa como los sustitos de El orfanato.
Que una película tan atípica como La soledad acabe ganando la partida al gran producto comercial de la temporada en los premios más criticados del año, resulta curioso. Que una cinta que, con sus 30 copias, consiguió llevar al cine a unos 40.000 espectadores acabe cosechando el pleno con sus tres nominaciones y tres premios, tiene gracia. ¿La vieron los académicos cuando se estrenó o lo han hecho ahora, cuando les han mandado los DVD?
Leía estos días que el público tiene que “educarse”, a colación de los galardones de esta película. Esa posición dogmática me toca los cojones. ¿Acaso para educarme tengo que tragarme historias que no me interesan lo más mínimo y aburrirme con tostones soporíferos? No lo creo. Existe un cine que sabe mantener el equilibrio entre la personalidad propia y la capacidad para traspasar la pantalla. Y yo prefiero mil veces el manierismo preciosista del cine de Carlos Reygadas, por ejemplo, que el pretencioso discurso "ético" del de Jaime Rosales.
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