Tres interesantes películas se acercan al género bélico desde perspectivas muy diferentes, pero logrando extraer del absurdo que siempre supone un conflicto las consecuencias nefastas que provoca en quienes lo protagonizan.
El cine bélico está de actualidad, pero con una mirada mucho más cercana a los personajes. Si no que se lo digan a Kathryn Bigelow, que ha conseguido con The hurt locker (En tierra hostil) resucitar una visión realista de la guerra de Irak a través de las vivencias de un grupo de desactivación de bombas. Esta contundente película, de tensión constante, se acerca a la guerra sin elementos ideológicos, con la mirada puesta en el desgaste mental que produce estar metido en medio de las bombas. Y tiene la capacidad de transmitir en sus nerviosas imágenes, pero con la eficacia que la directora ha demostrado en otras ocasiones, el mareo emocional que la adrenalina en estado de ebullición puede provocar en los soldados (todos tienen un momento de desfallecimiento, de explosión interna, por muchos cojones que le pongan a su trabajo). Y quizás sea esa la mejor forma de mostrarnos la sinrazón de la guerra.
Otra mirada a la desolación y la debilidad que produce un conflicto es el remake de la película de Susanne Bier Brothers (Hermanos). La traslación norteamericana ni siquiera necesita cambiar la zona de guerra (Afganistán), y tiene en su director, Jim Sheridan, y en un trío de actores que consigue traspasar la pantalla (Jake Gyllenhaal, Natalie Portman y Tobey Maguire, especialmente lucido) un soporte adecuado. No es que la cinta danesa fuera especialmente original (habría que revisar El cazador, por ejemplo), y en esta versión el "tic dogma" es sustituido por un concepto visual más tradicional, pero el desarrollo de la historia, con sus aciertos y sus defectos, sigue funcionando.
Pero entre los títulos bélicos (por llamarlo de alguna forma) que nos llegan estos meses destaca The messenger, una de las más impactantes películas que se han hecho sobre la trastienda de la guerra. Esta historia sobre dos soldados (perfectos Ben Foster y Woody Harrelson), que se encargan de comunicar a los familiares la muerte de sus hijos, hijas, esposos, mujeres..., y que se enfrentan al dolor (y la rabia) ajenas a través de un protocolo insensible, no es apta para estómagos delicados. Y es esta crónica de la guerra sin mostrar la guerra la que, curiosamente, consigue mejor su propósito de recordar nuestra incapacidad para entender qué coño hacemos en conflictos ajenos.
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