16 septiembre, 2012

Premios del Cine Europeo: 1ª Parte

Comenzamos una serie de posts en los que repasamos parte de las películas preseleccionadas por la Academia de Cine Europeo para sus premios anuales. Títulos que en su mayor parte permanecen inéditos en España aunque ya han pasado por festivales como Berlín y Cannes.

Los Premios del Cine Europeo llegan a su veinticinco aniversario con el fantasma de la crisis (no solo en España cuecen habas, ni siquiera se han convocado por el momento las ayudas audiovisuales del Programa MEDIA), y con una sensación de seguir siendo unos galardones que no conectan con el público, a pesar de sus intentos por introducir títulos más comerciales que meritorios como el éxito francés del año, Intocables.

Inéditas en nuestro país muchas de las películas que vamos a comentar en esta serie de posts, los premios europeos de este año incluyen entre su selección previa a directores españoles (andaluces) como Alberto Rodríguez y Benito Zambrano, y al niño mimado de Cannes Jaime Rosales. Este es un recorrido por los temas que preocupan al cine hecho en Europa:

Barbara, de Christian Petzold. Ganadora del Oso de Plata en la Berlinale, la última película del director de títulos tan solventes como Yella (2007) o Jerichow (2008) nos presenta uno de esos personajes poderosos alrededor del que circula una historia que regresa a la época de la separación entre las dos Alemanias, de las sospechas, los secretos y las persecuciones. Barbara es una doctora que trabaja en un pequeño hospital de una localidad fronteriza entre las dos Alemanias, y que refleja en buena medida la desesperación y la opresión que provoca el comunismo. Lo que hace de ésta una gran película, de mirada pausada pero con resortes de guión que van atrapando nuestra atención, es el dibujo de una serie de personajes que contienen la complejidad de una construcción detallada (no solo el personaje de Barbara y los dos hombres entre los que se debate la protagonista, sino secundarios de auténtico peso narrativo que alimentan con sus intrahistorias la trama principal). Barbara nos seduce por su construcción precisa, por su capacidad para envolvernos con la puesta en escena (ese uso del paisaje y de los elementos naturales) y por su solvencia narrativa.

Csaak a szél (Just the wind), de Benedek Fliegauf. Este joven director húngaro nos sorprendió hace unos con su película Dealer (2004), una claustrofóbica historia en torno a un vendedor de drogas que podía resultar algo flemática, pero tenía una fuerza visual hipnótica. En su último film, también presentado en la Berlinale, plantea una dura historia real en torno a una serie de familias rumanas que fueron asesinadas en una pequeña localidad húngara por un grupo de descerebrados. Fliegauf plantea los hechos sin dogmatizar ni tratar de dar explicaciones; simplemente describe las 24 horas previas al asesinato de varios miembros de esas familias. Y aunque consigue algunos efectivos momentos de tensión (la aparición de un coche amenazador), no puede evitar que la monotonía de estas 24 horas acabe invadiendo la pantalla, y resulte poco menos que insufrible este devenir de madre, padre, hijo e hija por sus respectivas vidas ensuciadas por la pobreza. Cierto es que el director, cámara en mano, sabe transmitir la podredumbre que rodea a los protagonistas, que acaba resultando casi física, pero no es suficiente para encontrar el equlibrio entre el retrato casi documental y una trama que nos termine atrapando.

Jagten (The hunt), de Thomas Vinterberg. Presentada en el Festival de Cannes, esta película nos devuelve a uno de los realizadores europeos más interesantes. Vinterberg fue el paradigma del dogma, ese movimiento algo artificial que creó junto a su colega Lars von Trier, y estableció con Celebración (1998) las pautas a seguir para hacer de las artificiosas normas establecidas, la base de una gran película, aunque fuera saltándoselas. Entre irregulares propuestas como Querida Wendy o interesantes planteamientos como Submarino, Thomas Vinterberg ha conseguido de nuevo un potente drama que, como en Celebración, dinamita el mundo de la familia (en este caso de una pequeña comunidad) para abofetear sus cimientos. En la historia de este afable profesor de guardería que es acusado de abusos sexuales encontramos la esencia de un cine perturbador, seco, intenso. Y a esta tensa descripción de la devastación de la felicidad contribuye en buena manera uno de los mejores actores europeos del momento, Mads Mikkelsen (premio de interpretación en Cannes), perfecto en su capacidad para transmitir la bondad de un tipo normal que se ve metido en una auténtica pesadilla. Y sin necesidad de giros de guión algo artificiosos como el que planteaba la también danesa Acusado (2005), otro efectivo mazazo a la familia.

A royal affair, Nikolaj Arcel. Otro título de nacionalidad danesa; otra historia que tiene a Mads Mikkelsen como soporte imprescindible para su atractivo. Esta larga cinta de época (Zentropa parece querer demostrar que puede abordar proyectos de ambicioso calado histórico) nos acerca a la corte de Christian VII de Dinamarca, joven monarca que, a pesar de su retraso mental y con la ayuda de su médico personal y a la sazón auténtico consejero político, logró dar a su país un breve periodo de libertades impensable para la época (influido por el pensamiento de los ilustradores franceses), aunque no por mucho tiempo. Rodada con una puesta en escena propia del mejor cine histórico inglés, A royal affair tiene pulso y sabe dosificar con inteligencia los elementos principales de su historia, aunque se nos hace excesivamente ambiciosa en su obsesión por el detalle, lo que acaba ralentizando la trama. El Festival de Berlín otorgó a Mikkel Boe Følsgaard el Oso de Plata al Mejor Actor, mientras el director conseguía el premio al Mejor Guión. Sin duda esta película tiene en sus intérpretes una de sus principales virtudes, hasta el punto que pronto nos olvidamos de su origen danés y nos introducimos en una de esas contundentes intrigas palaciegas que tanto nos seducen. Y sí, a mi también me parece el cartel una descarada copia de Las amistades peligrosas.
Banda sonora: Espléndido trabajo conjunto del veterano Gabriel Yared y el joven Cyrille Aufort, que demostró su talento con su debut en el cine, Splice. Hermosa partitura que huye de las referencias de época y se presenta como una contundente composición romántica.

Parada, de Srdjan Dragojevic. Vaya por delante que determinadas producciones parecen necesarias para denunciar las injusticias. El último mensaje de esta película es claro, y produce escalofríos. En Belgrado hoy en día es difícil que una pareja homosexual pueda caminar tranquilamente por la calle. En 2010 se produjo en la ciudad serbia la primera manifestación del Orgullo Gay, eso sí, protegida por miles de policías. Que una película serbia hable sobre la homofobia de una sociedad que ya ha demostrado su tendencia a masacrarse, es loable y valiente. No ha faltado la polémica durante el estreno de Parada en su país. Pero el problema surge cuando se hace utilizando todos los tópicos del universo gay enfrentado al macho-man (aquí se construye una poco creíble trama sobre un ex-gangster homófobo que acaba formando un grupo de defensa contra los ataques a los homosexuales). Parada es una película anacrónica (no por lo que denuncia, lamentablemente muy actual, sino por su planteamiento) y recuerda a aquellas producciones de los ochenta que defendían la igualdad cayendo, a través de sus personajes, la desigualdad. Tópica, torpe y poco graciosa aunque trate de adornarse con cierto humor, solo resulta apreciable por haber puesto sobre la mesa la estupidez de una sociedad que no se acepta en su diversidad. Se entiende, desde luego, el Premio en la Sección Panorama de la Berlinale, pero no su inclusión en los Premios del Cine Europeo.


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