Se estrenó por todo lo alto en Sevilla y Huelva la calificada como “gran superproducción andaluza”. O lo que es lo mismo, El corazón de la tierra, retrato de una página de la historia que quedó relegada al olvido hasta que el onubense Juan Cobos la rescató en su novela, gran éxito editorial y que ahora el también onubense, aunque sevillano de adopción, Antonio Cuadri la ha llevado al cine. En Sevilla, en el cine Cervantes, que también parece sacado de otra época, el estreno congregó a lo que se puede denominar como la vida social de la ciudad, que tampoco es gran cosa, y recibió el apoyo incondicional de la Junta de Andalucía, con la presencia del Presidente, Manuel Chaves, y de la Consejera de Cultura, Rosa Torres; de Canal Sur Televisión, con los de siempre; y hasta del Ministerio de Cultura, con la ministra Carmen Calvo como cabeza visible. Un apoyo institucional que pocas veces se ha visto en una producción realizada en Andalucía. ¿Por qué no apoyan igual al resto de películas (pocas) que se hacen en Andalucía cada año? Claro que Cuadri siempre ha sabido poner la zanahoria adecuada para atraer la atención de los políticos. Si tienes que darle un papelito al alcalde mediático (Monteseirín en Eres mi héroe), se lo das. Y si hay que incluir una referencia al socialismo como emblema de solidaridad patronal (en El corazón de la tierra la hay), pues se hace. Así a Carmencita y Manolito les asomará una sonrisa de satisfacción.
Escribir sobre una película que se vende y se promociona a sí misma como un “esfuerzo de producción de la industria cinematográfica andaluza”, es arriesgado. Sobre todo porque si se hace un comentario negativo parece que se está dinamitando el cine andaluz (lo de andaluz siempre entre comillas, claro, sobre todo en una producción “internacional” como ésta). El caso que las grandes producciones, los grandes esfuerzos nunca han salido bien en Andalucía. Ahí están las mediocres Belmonte, Yerma y Una pasión singular. Y tampoco el anterior trabajo estrenado en cines de Antonio Cuadri, Eres mi héroe, terminó de convencernos.
El corazón de la tierra se propone algo difícil. Un retrato con aires de cine espectacular (a destacar el trabajo musical de Fernando Ortí, que quizás rebasa en algunos momentos las imágenes de la película). Y consigue en ciertos momentos una entidad visual que resalta sin resultar pobre, todo lo contrario que en otras producciones de aparente espectacularidad (ahí está Alatriste, sin ir más lejos). Antonio Cuadri sabe mover la cámara, la grúa y todo lo que haya que mover para ofrecer esa imagen absorbente de unas Minas de Ríotinto en plena ebullición. Pero, como lamentablemente suele suceder en el último cine español, la traslación a la gran pantalla de la novela de Juan Cobos Wilkins queda lastrada por una narración torpe, apresurada, con personajes que aparecen (¿de dónde viene y cuáles son las motivaciones del activista cubano?) y desaparecen (¿dónde está el alcalde Jorge Perugorría en determinados momentos importantes de la película?) sin orden ni concierto, provocando el desconcierto, valga la redundancia, en una historia que tampoco termina de cuajar la relación a tres bandas entre las dos amigas protagonistas y el joven capataz extranjero.
Hay en El corazón de la tierra aciertos (pocos) y desaciertos (demasiados). Entre los primeros, la presencia de ese espléndido Bernard Hill al que le hubiera faltado un personaje más redondo. Entre los segundos, graves errores de cásting como el de la colombiana Catalina Sandino Moreno (perdida como solo puede perderse una actriz a la que interesa poco lo que se está contando) y un Fernando Ramallo al que, ya como actor adulto, se le nota demasiado su escasa capacidad para transmitir lo más mínimo. La británica Sienna Guillory y el norteamericano Philip Winchester al menos se esfuerzan, aunque no alcancen a moldear a sus personajes; Joaquim de Almeida está correcto como siempre; y Ana Fernández vuelve a poner esos mohínes de sufrimiento de los que ya estamos un poco hartos.
Antonio Cuadri ha visto, sin duda, Novecento y El padrino (y quizás hasta las ha revisitado mientras preparaba su película). De ahí que se nos antojen ciertos paralelismos pretendidos en algunos momentos. Eso sí, plantear un montaje paralelo entre un cuadro flamenco y una escena violenta (al arbitrio de los habituales montajes paralelos de Coppola), resulta algo ridículo. Sin duda, El corazón de la tierra consigue transmitir una imagen de cine hecho con medios (quizás menos de los que pudiera parecer) sin caer en la pobreza que evidenciaban otras películas españolas. Y logra ser, en imagen, lo que pretende. Pero su narración precipitada, sus incomprensibles errores de cásting y su cierta tendencia a la sobreactuación terminan por disolver su capacidad emotiva.
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