Dos películas de estreno reciente en España tratan de reflejar dos realidades históricas a través del retrato, más o menos certero, de unos personajes por los que toman partido, adoptando actitudes maniqueas: El viento que agita la cebada, de Ken Loach y Salvador (Puig Antich), de Manuel Huerga. Ambas presentadas con éxito en el Festival de Cannes, la primera ganadora de la Palma de Oro en la Sección Oficial y la segunda presente en la prestigiosa Un Certain Regard.
De Ken Loach ya conocemos su tendencia a inmiscuirse en el retrato de sus personajes dejando claramente palpable su posición ante los hechos que cuenta (El viento que agita la cebada tiene más de un punto en común con su tergiversada manipulación de la Guerra Civil española en Tierra y libertad). En este caso, mostrando los primeros pasos de la rebelión irlandesa contra la ocupación inglesa, que más tarde daría lugar, no lo olvidemos, a uno de los grupos terroristas mas sanguinarios de la reciente historia de Euiropa, Ken Loach y su guionista habitual Paul Laverty (marido de la actriz y directora española Icíar Bollaín), ofrecen una visión algo borrosa de la rebelión del pueblo irlandés, principalmente a través del dibujo de los soldados ingleses como perros ladradores (son constantes sus gritos y actitudes violentas) frente a la posición humanizada de las acciones terroristas (llegado el punto, en contra de sus propios vecinos) de los irlandeses.
Por su parte, Manuel Huerga ennoblece la causa protagonizada por el joven Salvador Puig Antich (dramáticamente convertido en símbolo de la rebeldía frente al régimen al convertirse en el último condenado a garrote vil de una dictadura agonizante), mostrando a la brigada policial que le detiene como brutales representantes de la represión, deshumanizados hasta extremos exagerados. Aunque, eso sí, trata de compensar con el retrato de un guardia de prisión (excelente Leonardo Sbaraglia) que se va humanizando a lo largo de la película, pero que resulta quizás el menos creíble de los personajes de esta historia.
Es legítimo, desde luego, que los autores de obras creativas tomen posiciones y dejen que se plasmen con transparencia en sus creaciones. Personalmente, sin embargo, creo que esta decisión lastra las pretensiones de películas como éstas que requerirían, a mi parecer, un necesario distanciamiento para dar mayor credibilidad a unos hechos que, recordemos, son históricos. Moldear héroes casi nunca ha servido para entender los acontecimientos históricos, y el paso del tiempo permite llamar a las cosas por su nombre y tener la posibilidad de transmitir la verdadera intensidad de personajes poliédricos que ni son ángeles ni son demonios.
Claro que si la manipulación puede resultar aceptable en la ficción del cine, sí que debería ser objeto de rechazo absoluto en la realidad, especialmente en los medios de comunicación, que estos días demuestran su descarado posicionamiento en los dimes y diretes frente a las teorías conspirativas de los atentados del 11 de Marzo. Resulta repugnante asistir al papel de correveidiles que adoptan la mayor parte de los medios, bien lamiendo la mano del gobierno actual, bien tratando de justificar las inauditas hipótesis de la oposición. En este sentido, sí sería necesaria una rebelión real en contra de la manipulación informativa.
La Academia de Cine ya ha elegido a las tres películas españolas entre las que tendrán que votar sus miembros para elegir a la representante para los Oscar de Hollywood: Salvador (Puig Antich), Alatriste y, por supuesto, Volver forman la terna de títulos que podrían optar a tal reconocimiento. Lo que demuestra al margen de los valores propios de las películas, la poderosa posición que las productoras Mediapro y Estudios Picasso han alcanzado en nuestro cine, uniéndose a la siempre aventajada de El Deseo. Las apuestas están abiertas.
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