Nuestra crónica dedicada al Sheffield Doc Fest se enfoca en esta ocasión en la relación del ser humano con la naturaleza, a través de algunas películas que reflejan las consecuencias del cambio climático, pero siempre conectadas con la transformación social que provoca. Es lo que denominamos la naturaleza social, una vinculación que es mucho más profunda de lo que parece, y que está provocando un cambio que parece sutil pero que es muy relevante. Hablamos de los incendios forestales en Chile relacionados con los conflictos sociales, de la mirada ingenua de un niño frente a la oscuridad de las macropolíticas en el cortometraje premiado este año, de las consecuencias de la proliferación de microplásticos para la salud humana, y de los cambios que pueden provocar los comportamientos diferentes de especies tan pequeñas como las polillas.
Aunque la película no trata directamente este hecho, es inevitable mencionar el gran incendio que se produjo el pasado mes de febrero en Valparaíso, que provocó la destrucción de 26.000 hectáreas y la muerte de 130 personas, además de 15.000 viviendas afectadas, en el que se considera el siniestro más grave que ha vivido el país. Lo peor sin embargo es que, al margen de la persistente sequía causada por el cambio climático en Chile, la mayor parte de los incendios que se producen en esta zona son provocados por el hombre, y en éste en concreto estuvieron implicados los propios guardas forestales y algunos bomberos. La razón principal de esta devastación es reutilizar los terrenos para el monocultivo agrícola y la especulación inmobiliaria. De hecho, muchas de las casas afectadas por el incendio son viviendas ilegales de inmigrantes que acaban habitando zonas cercanas al bosque que no están acondicionadas para ser residenciales. La constante sequía es agravada precisamente porque las llamas han afectado al bosque nativo mediterráneo de la zona central de Chile, que incluye bosques lluviosos como la selva valdiviana y el bosque esclerófilo, siendo sustituidos por especies como pinos y eucaliptos que son más aprovechables por las grandes empresas. Pirópolis (Nicolás Molina, 2024) se terminó antes de que se produjera el incendio de febrero de este año, pero incluye las principales inquietudes que afectan a la naturaleza nativa de Valparaíso a través del retrato de una compañía de bomberos voluntarios (no existe en Chile una profesionalización de esta actividad). Entre la quincena de compañías que existen en Valparaíso, el director Nicolás Molina (1985, Chile,) que ya había presentado en Sheffield Doc Fest algunas de sus películas anteriores como Flow (2018) y Gaucho americano (2021), eligió la 5ème Compagnie de Pompiers "Pompe France" de Valparaíso, cuyo origen se remonta al siglo XIX, compuesta principalmente en aquella época por inmigrantes de la Colonia Francesa. De hecho, sigue habiendo una conexión muy estrecha con Francia a través de la participación de bomberos de Marsella como Alain Baptista, al que vemos en el documental ofreciendo instrucción a los voluntarios recién llegados.
La primera parte del documental se centra en la cotidianeidad de las guardias de los bomberos y especialmente las actividades del capitán Héctor Casacubertas, que está viviendo sus últimas jornadas como el responsable máximo de la compañía, a punto de iniciar su jubilación, y enfrentándose a uno de los cambios principales que está experimentando la compañía. La llegada de mujeres voluntarias a un equipo formado predominantemente por hombres no solo refleja el cambio de la sociedad chilena, sino que obliga a realizar una adaptación de las instalaciones del cuartel para que puedan convivir de manera cómoda con sus compañeros. Esta conexión entre las responsabilidades del cuerpo de bomberos y la transformación social en Chile es uno de los elementos más interesantes de una película que trasciende su perspectiva hacia focos más alejados de la simple representación de los incendios en los bosques alrededor de Valparaíso, una de las zonas más afectadas del país. El rodaje duró unos cuatro años, con la pandemia del coronavirus por medio, pero precisamente captó las revueltas sociales que se produjeron en Chile en 2019, iniciadas por la subida del precio de los medios de transporte, aunque tenía connotaciones mucho más profundas, relacionadas con el cansancio de amplios sectores sociales con un sistema económico que todavía era heredero de la dictadura, y la permanencia de una Constitución de 1980 que directamente establece que el Estado solo puede intervenir y subsidiar la vida social cuando la iniciativa privada no pueda hacerlo, lo que evita la promulgación de políticas públicas más agresivas. La propia compañía de bomberos interviene junto a la policía en el control de las manifestaciones sociales que se producen, miradas por la cámara de Nicolás Molina como un estallido que desemboca en violencia por parte de las autoridades.
En Pirópolis, por tanto, el incendio no es solo el que devasta los bosques sino también el que arrasa con los derechos sociales, la hoguera del malestar de una sociedad en la que permanece la sombra de la dictadura a pesar de la apariencia de democracia. Casi se podría decir que se produce un paralelismo entre la asfixia que provoca el humo y el fuego, y la creciente tensión que estalla en el interior del contundente conflicto social, que se inició en octubre de 2019 y solo fue apaciguado por la pandemia del coronavirus en marzo de 2020. La película adquiere una mayor trascendencia conforme se desarrolla, pero manteniendo el eje central en este cuerpo de bomberos y en la dinámica interna de su trabajo voluntario. Las secuencias rodadas durante los incendios, con la cámara muy cerca del fuego, son muy espectaculares, y destaca el sonido directo a cargo de Jorge Acevedo, proporcionando al documental una gran calidad técnica, pero siempre al servicio de una narrativa que conecta la dimensión devastadora de los incendios con el malestar en el entorno social chileno. Mientras las protestas de 2019 tenían una ramificación económica y política, el origen y las consecuencias de los incendios también acaban derivando en repercusiones económicas profundas.
FloresJosé CardosoEcuador, Sudáfrica 2024 | Short Film Competition | ★★★☆☆Sheffield '24: Gran Premio Mejor Cortometraje |
En su último cortometraje, el director José Cardoso (1984, Ecuador) contrasta dos realidades diferentes: la de su familia y la que se ve a través de la pantalla del ordenador, creando un relato que yuxtapone lo global a lo concreto, estableciendo conexiones que generalmente tienen como elemento en común la preocupación por el cambio climático y la destrucción de las guerras. El cortometraje ganador en Sheffield Doc Fest, Flores (José Cardoso, 2024), comienza con el hijo del director jugando con su madre, para retroceder y mostrar el hogar familiar, enfocándose en las imágenes pixeladas de un video de YouTube en el ordenador del cineasta. Las dos realidades, la que se presenta a su alrededor y la que se mira a través de la pantalla, se unifican sin una aparente relación entre sí, pero estableciendo la visión digital como una distorsión en la que se introducen elementos disruptores, una especie de zapping por las referencias al cambio climático que se muestran en la pantalla. Más que dos realidades, lo que establece José Cardoso en su cortometraje son dos versiones de la realidad: la que él capta a través de su cámara, que refleja un entorno familiar estable que conecta siempre con la naturaleza, con un primer plano de una rana, su hijo de tres años corriendo detrás de una mariposa o jugando con su padre. La otra es la que refleja la inestabilidad de la macropolítica que establece paralelismos entre la guerra de Vietnam, la lucha por el cambio climático y la guerra de Ucrania, que utiliza un político brasileño como excusa para destruir las tierras de una comunidad indígena en el Amazonas. El director ya había explorado la selva amazónica en su primer largometraje, Iwianch, el diablo venado (José Cardoso, 2021), ganador en el Festival Ann Arbor, sobre la desaparición de un adolescente indígena y la participación en su búsqueda de un Chamán. Pero en esta ocasión construye un relato que establece una relación estrecha entre la destrucción del medio ambiente y la destrucción del hombre contra el hombre.
En el relato digital, se introducen imágenes que se reflejan con la artificialidad de la pantalla, adoptando una atención especial a un discurso de Thích Nhất Hạnh (1926-2022, Vietnam), hablando con un ritmo pausado y amplios silencios que contrastan con la fugacidad y la rapidez de la sociedad actual. Poeta y activista, el monje budista sufrió el exilio debido a su oposición a la guerra de Vietnam, y fue nominado en 1967 al Premio Nobel de la Paz junto al líder de la comunidad negra estadounidense Martin Luther King, a quien conoció en persona. Este encuentro que se muestra en las imágenes extraídas de internet establece dos miradas diferentes pero complementarias en torno al pacifismo. El mismo año que murió Thích Nhất Hạnh, en 2022, el activista norteamericano Wynn Bruce, que también era budista, se quemó a lo bonzo el Día de la Tierra, en protesta contra la inacción de los gobiernos frente al cambio climático. La autoinmolación no está considerada como un suicidio en el budismo, sino como un acto de determinación para enviar un mensaje, como explicó el propio Thích Nhất Hạnh en una carta enviada a Martin Luther King, para explicar la razón por la que el monje Thích Quảng Đức se había inmolado en 1963 en Saigón, en contra de la guerra de Vietnam y la persecución de los budistas. En conexión con estos reflejos de la guerra y la lucha medioambiental, esa especie de zapping que utiliza el director se detiene en un video de 2022 de Al Jazeera en el que el presidente George W. Bush confundió la guerra de Rusia en Ucrania con la guerra estadounidense en Irak, calificándola como "una invasión completamente injustificada y brutal de Irak...", un lapsus que no pasó desapercibido. Es un mundo casi diríamos que apocalíptico, oscuro y violento que se refleja en la imagen digital, y que José Cardoso contrasta con la captura de su cámara de la inocencia de un niño de tres años, en armonía con el entorno natural del jardín de su casa. A través de esta doble visión de la realidad, el director ecuatoriano establece una reflexión sobre la construcción de un mundo que se sostiene sobre la destrucción del entorno.
La realidad que describe esta película es tan preocupante que resulta difícil imaginarla, y se podría resumir en la frase que pronuncia, medio en broma, Sedat Gündoğdu, un biólogo turco especializado en la contaminación marina: "Si encontramos microplásticos en nuestro cerebro, dejamos de ser homo sapiens para convertirnos en homo plasticus". Si alguien se pregunta cómo es posible que estas partículas lleguen a nuestro organismo, incluido nuestro torrente sanguíneo, la respuesta está en la fotografía que acompaña a este comentario. Al margen de todo lo que podamos hacer por evitar usar bolsas de plástico o tuppers, lo cierto es que los microplásticos ya están incrustados en la tierra que cultivamos, y por tanto ya forman parte intrínseca de la cadena alimentaria del hombre. El interesante, pero francamente aterrador documental Plastic people: The hidden crisis of microplastics (Ben Addelman, Ziya Tong, 2024) muestra algunas cifras abrumadoras, como indica el biólogo y productor ejecutivo de la película, Rick Smith: "Cada día se compran más de 1.500 millones de botellas de plástico y cada minuto se utilizan 2 millones de bolsas de plástico en la Tierra". Lo que también ofrece una perspectiva sobre la insignificante capacidad de reciclaje que tenemos para una producción que sigue creciendo y el enfoque erróneo del proceso de reciclaje: la mitad de los 400 millones de toneladas de plástico que se producen anualmente podrían utilizarse para fabricar productos útiles como semiconductores, jeringas y teléfonos inteligentes, pero en realidad se destinan a productos desechables de un solo uso que acaban regresando a las plantas de reciclaje. Y además la mayor parte de la basura plástica que producimos acaba exportándose a países en desarrollo para su eliminación, creando lo que se denomina "el colonialismo de los residuos".
Plastic people es un documental de urgencia en el que se utilizan datos estadísticos y muchos ejemplos de investigaciones científicas que ponen de manifiesto el envenenamiento que ha creado el ser humano para sí mismo y para todo el planeta. El planteamiento parte de una investigación de la periodista científica Ziya Tong, presentadora del popular programa de divulgación Daily Planet (National geographic, 1996-), y precisamente su constante presencia delante de la cámara provoca que la película carezca de la tonalidad cinematográfica que debería tener para parecerse demasiado a un reportaje de televisión. Es uno de los problemas de este tipo de producciones que parecen querer dar credibilidad a lo que están contando a través de la constatación que ofrece un personaje público, como ocurría con la ganadora del Oscar Una verdad incómoda (Davis Guggenheim, 2006), que se apoyaba en la figura de Al Gore, cuya relevancia global es algo a lo que aspiran los responsables de esta película (aunque habría que preguntarse cuál ha sido la repercusión real que tuvo en la evolución de las políticas medioambientales en los países occidentales). A lo largo del documental se entrelazan investigaciones recientes con apuntes sobre cómo surgió la fabricación de plásticos y de qué forma la industria petrolera lo acabó convirtiendo en un producto indispensable, explicando que la adopción del plástico desechable fue una estrategia muy consciente de las grandes empresas petroquímicas, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, pasando de utilizarse para las grandes industrias a convertirse en un elemento de la vida cotidiana.
Susan Freinkel, autora del libro Plástico: Un idilio tóxico (2011. Ed. Tusquets Editores) explica cómo se promocionó en las revistas de la época el uso de las vajillas desechables como una forma de liberación para la mujer: "En un momento dado, comienzan a producirse versiones de un solo uso de productos que eran duraderos. Cuando llegaron las primeras máquinas de café, los usuarios reutilizaban los vasos, pero se les enseñó que era más conveniente tirarlos. La revista Life publicó el artículo 'Throwaway living' (1955), en el que hacían un cálculo afirmando que si no se utilizaran estos productos desechables, la esposa habría tardado 40 horas en lavar toda la vajilla". Lo curioso es que ya en los años setenta se produjo una fuerte concienciación del peligro que suponía tal cantidad de productos de plástico, y se establecieron medidas de control. Pero éstas se fueron relajando en las siguientes décadas. En el recorrido global que hace el documental, se pone de manifiesto el peligro que supone la llegada de los microplásticos a nuestro organismo: en la Universidad de Minnesota, la doctora Mary Kosuth ha descubierto muestras de microplástico en la nieve y en el agua potable; en Países Bajos, el doctor Gavin ten Tusscher explica que estos elementos contienen sustancias químicas que imitan a las hormonas, lo que podría estar detrás del crecimiento de los cánceres de mama; en Italia, el obstetra Antonio Ragusa ha descubierto partículas de plástico en la placenta, pero lo más preocupante es que "se han encontrado dentro de la célula, lo que podría alterar la forma en que se expresa el ADN". Plastic people: The hidden crisis of microplastics no plantea grandes soluciones pero apunta algunas acciones que pueden ser significativas si se adoptan en comunidad, como la ciudad de Bayfield, en Canadá, que con sus 1.100 habitantes se ha declarado libre de plásticos. Pero sobre todo pone de manifiesto que es necesario reducir drásticamente la fabricación de plásticos y que es fundamental un cambio de mentalidad, el regreso a la cultura de reutilizar frente a la cultura de desechar.