El cine es un arte capaz de asombrarnos con grandes fuegos de artificio y millonarios presupuestos. Pero al mismo tiempo consigue fascinarnos a través de historias sencillas que necesitan sólo unos pocos elementos para llegarnos al corazón.

Wendy and Lucy nos acerca a la relación entre una joven que ha decidido viajar hasta Alaska con 500 dólares en el bolsillo y su perra, a la que pierde tras una embarazosa situación. Varada en un pequeño pueblo de la América profunda, Wendy conoce la hostilidad de una sociedad compartimentada, y al mismo tiempo la fragilidad de una vida a la deriva.

Pero sobre todo, Wendy and Lucy es una película que evita la sensiblería que habitualmente rodea a las relaciones entre hombres y animales en el cine, y que está espléndidamente interpretada por una Michelle Williams que traspasa la pantalla (y eso que la directora le pidió que no se maquillara ni se lavara el pelo en dos semanas).
Los escasos 80 minutos de esta historia sencilla juegan a su favor, porque no trata de alargar innecesariamente un argumento casi minimalista, y eso es de agradecer. Kelly Reichardt, la directora, consigue construir una muestra de cine pequeño que nos atrapa sin grandes pretensiones.
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