El formato presencial de DOK.fest concluyó el pasado domingo con la entrega de los premios concedidos por los diferentes jurados del festival que finaliza así su cuarenta edición, aunque buena parte de la programación sigue disponible durante esta semana en el formato online. En nuestra crónica comentamos algunas de las películas que han sido premiadas en esta edición de DOK.fest, pero seguiremos ofreciendo crónicas a lo largo de los próximos días.
PREMIO VIKTORIA DOK.international:
Silent observers, Eliza Petkova | Bulgaria, Alemania
MENCIÓN ESPECIAL DOK.international:
Tratado de invisibilidad, Luciana Kaplan | México
PREMIO VIKTORIA DOK.deutsch:
Wir Erben (We, the inheritors), Simon Baumann | Suiza
PREMIO VIKTORIA DOK.horizonte:
Rashid, L'enfant de Sinjar, Jasna Krajinovic | Bélgica, Francia
PREMIO DE ESTUDIANTES:
Woman/mOther, Klara Harden | Alemania
PREMIO DEL PÚBLICO:
Writing Hawa, Najiba Noori | Afganistán, Francia, Países Bajos, Qatar
MEJOR MÚSICA DOCUMENTAL ALEMÁN:
Vracht, Mirjam Skal | Alemania
PREMIO DOK.fest ALDEAS INFANTILES:
Rashid, L'enfant de Sinjar, Jasna Krajinovic | Bélgica, Francia
PREMIO DOK.edit MEJOR MONTAJE:
La pintora y el glaciar, Mark Cousins | Reino Unido
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Silent observersEliza PetkovaBulgaria, Alemania 2024 | Stranger than fiction | ★★★☆☆IDFA '24: Sección LuminousDOK.fest '25: Premio Viktoria Mejor Documental |
La directora Eliza Petkova (1983, Bulgaria) ha filmado en tres ocasiones al entorno de los montes Pirin, en el suroeste de Bulgaria, conformando una trilogía de películas que se desarrollan, entre la ficción y el documental, en una pequeña población de la zona. Zhaleika (2016) estaba protagonizada por una adolescente que enfrentaba su deseo de seguir disfrutando de su juventud con los códigos tradicionales del luto por la muerte de su padre, mientras que Mayor, Shepherd, Widow, Dragon (2021) utilizaba el género documental para acompañar a tres habitantes locales que se enfrentan a la probable desaparición de su pueblo en un futuro cercano. En su regreso a esta pequeña aldea de habitantes principalmente ancianos, centra su mirada en los animales domésticos que presenta a través de primerísimos planos: una cabra, un burro, una perra, un caballo, una oveja y una gata. Algunos con mayor protagonismo que otros, forman parte de la vida cotidiana mirando a lo humanos con una mezcla de curiosidad y desinterés, mientras la cámara se coloca a su altura y deja los rostros de las personas fuera de plano. Silent observers (Eliza Petkova, 2024) adquiere un cierto tono poético para reflejar esta convivencia, creando un arco narrativo para cada uno de los animales que en algunos casos es ficticio, lo que desequilibra el interés de una película que se sitúa con dificultades entre la observación y la representación. La primera escena se desarrolla en una casa donde se está velando un cadáver sobre el que salta la gata Matsa, que deambula provocando algunas travesuras por todo el pueblo. La viuda del fallecido ahuyenta al felino y comienza a murmurar que ha perturbado al cadáver de su esposo y probablemente Matsa se haya convertido en un vampiro. La anécdota se convierte en la comidilla entre las mujeres al día siguiente: "Su alma se introdujo en la gata y ésta se convirtió en el espíritu del fallecido", dice una de ellas. Desde entonces se cree que algunas ancianas han muerto debido al hechizo que han recibido de la gata vampira.
Las supersticiones forman parte del entorno rural y establecen la relación de sus habitantes con los animales: una mujer conversa con otra: "Va, deambula por el pueblo y nadie sabe que es su hijo", refiriéndose al burro Kirka. Se cuenta que otra mujer del pueblo convirtió a su hijo en ese burro para protegerlo de responder por un crimen que había cometido. Estos elementos de creencias sobrenaturales aportan una cierta profundidad tragicómica y una singularidad a la película, dándole un tono particular. Otro de los animales es la perra Mila que pertenece a una de las mujeres del pueblo, y es objeto de disputa porque un vecino afirma que mata a sus gallinas cuando está suelta, amenazando con dispararle si vuelve a causar estragos en su granja. El arco narrativo ficticio de la perra, que está acompañada por una sonoridad de percusiones en sus travesuras, se siente algo forzado y claramente innecesario en su conclusión. Con una cuidada fotografía de su habitual colaboradora Constanze Schmitt y un diseño de sonido que establece diferentes instrumentaciones para cada uno de los animales, la directora equilibra e iguala la relación entre éstos y los seres humanos colocando la cámara a su nivel. Parece plantearse una reflexión sobre el tradicional posicionamiento superior del hombre frente a la naturaleza y a los seres vivos que tiene a su cargo, que en realidad evalúan las acciones de los humanos. La directora no evita, aunque podría haberlo hecho, las relaciones más controvertidas, como la historia del cordero Belka que está destinado a ganar peso para ser sacrificado durante la Pascua, o el lúgubre destino de la cabra Belushka, que ya es incapaz de producir leche y por tanto resulta inservible para los humanos. El final más esperanzador es el del viejo y enfermo caballo Gosho, vendido a un granjero de un pueblo cercano que cuida caballos en libertad, para que pase junto a ellos sus últimos años de vida, liberado por fin de su dura función como animal de carga. La representación de los animales se expone como una proyección de los miedos y las inquietudes de los seres humanos, y esa naturaleza mística es la que mejor define a una película que camina entre la superstición y la realidad, construyendo una mirada poética que a veces puede resultar demasiado imprecisa.
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Woman/mOtherKlara HardenAlemania 2025 | Empowered | ★★★★☆DOK.fest '25: Premio de Estudiantes |
La colaboración creativa entre la directora austríaca Klara Harden, afincada en Berlín, y la profesora de danza Mara, con la que tiene una relación de amistad desde hace años, se enfoca en la preparación de una performance grabada en un bosque, utilizando los árboles como un soporte artístico y un entorno que supone el regreso del aislamiento que sintió Mara cuando estaba embarazada de su hijo Ezra, que ya tiene cuatro años y cierta independencia. Esto le permite dedicarse con más tiempo a su creación artística, basada en la reconexión con Klara, con la que había perdido contacto desde que se marchó a vivir al campo, en Estiria. "Mara baila porque yo filmo; yo filmo porque Mara baila", dice la directora, ocasional narradora del documental Woman/mOther (Klara Harden, 2025), ganador del Premio de Estudiantes en DOK.fest. Pero esta colaboración sufre un contratiempo cuando Mara se queda embarazada sin haberlo planeado. Como indica el título del documental, ella debe asumir otra vez la maternidad intentando compaginarla con su faceta artística, su desarrollo profesional y personal. De manera que las grabaciones incorporan también su embarazo y la representación física de éste, la barriga de embarazo que se convierte en un elemento natural de la expresión de Mara como mujer, envuelta en una tela de plástico que parece una especie de representación metafórica de un saco amniótico. La directora mezcla las escenas grabadas para la performance con la vida familiar de Mara, compartida con su inquieto hijo Ezra y su tranquilo marido Alex. Pero en esa dicotomía que plantea el título, el documental capta las primeras frustraciones de la madre en su proceso de embarazo, que se reflejan especialmente a través de las llamadas telefónicas que efectúa a Klara para coordinar las grabaciones en una planificación cada vez más difícil. Los médicos le han informado que el bebé se encuentra en una posición peligrosa y el parto deberá ser provocado mediante cesárea, que no es lo que quería Mara. Ella deseaba un parto natural que nunca podrá tener aunque vuelva a quedarse embarazada, porque la incisión vertical uterina provoca un alto riesgo de presentar una rotura uterina si se tiene un parto vaginal. "Tener un hijo por cesárea es como ir al dentista a que te saquen una muela", dice Mara, decepcionada por la imposibilidad de no poder permitir el curso natural de su embarazo. No suele ser habitual que las películas sobre la maternidad reflejen los momentos más frustrantes que viven las madres, y Woman/mOther tiene la capacidad de ofrecer una mirada comprensiva, pero al mismo tiempo objetiva, sobre la impotencia de no tener un control verdadero sobre el propio cuerpo.
Una vez que Mara tiene a su hijo Laszlo, la posibilidad de seguir con el proyecto artístico se aleja, teniendo que dedicarse completamente al cuidado de su bebé. Alex ejerce como padre, pero parece siempre estar pidiendo permiso o preguntando a Mara lo que quiere que haga, de manera que su ayuda no es una descarga de responsabilidad para la madre, sino todo lo contrario. La película capta algunos momentos de tensión en la familia sin tratar de ocultarlos, principalmente motivados por el cansancio y la responsabilidad. Pero al tratarse de una familia que funciona y en la que ambos asumen sus obligaciones, también aumenta la sensación de aislamiento. Mara manifiesta que tiene miedo de "no disfrutar de ser madre. No solo del esfuerzo que supone, sino cómo me limita a veces. Algunas veces no lo deseaba. No podía encontrar el botón de pausa, porque no existe". Como muchas madres, se enfrenta a las expectativas que tiene la sociedad sobre ellas, como afirma Klara: "Las madres nunca ganan. Siempre está el juicio constante: La mala madre. La madre perfecta. La madre cariñosa. La sobreprotectora. La madre infeliz. Por eso muchas madres se hacen invisibles en las cocinas o en los parques infantiles. Porque el cuestionamiento es tan duro cuando te vuelves visible como ser humano". El viaje de Alex a la Amazonia por compromisos de trabajo tampoco ayuda a Mara, que se encuentra atrapada dentro de la maternidad, sometida a las necesidades del bebé Laszlo y a la hiperactividad del niño Ezra. Solo el tiempo permite que Mara recupere su condición de mujer frente a su obligación como madre, cuando puede dedicar 15 minutos a bailar encerrada en la cocina sin que nadie le reclame su espacio. Y poco a poco se vuelve a implicar de nuevo en su proyecto artístico como una forma de regresar de nuevo del aislamiento. Woman/mOther no ofrece respuestas sino que plantea con una mirada sensible y casi poética la realidad de una maternidad que es compleja y que sigue siendo, a pesar de la transformación de la sociedad y de la mayor implicación de los padres, un proceso difícil que provoca numerosas frustraciones.
A bordo del Panerai, un buque portacontenedores que tiene su puerto principal en Basilea, apenas hay tripulación y el capitán Martin Greck es el único adulto. Los marineros que ayudan en las labores de limpieza, reparación y mantenimiento son jóvenes adolescentes que, en algunos casos como Rudmer Souverein, tienen aspiraciones de aprobar los exámenes para convertirse en capitanes. Cuando el director Max Carlo Kohal (1993, Estados Unidos), que reside en la ciudad suiza de Basilea desde 2016, comenzó a grabar a Rudmer, éste tenía solo dieciséis años, y durante cuatro ha estado acompañándolo en sus ocupadas jornadas de trabajo a lo largo de puertos como Estrasburgo, Rotterdam o Amberes. El documental comienza con un Rudmer poco experimentado cortándose la mano con una cortadora eléctrica, pero conforme se desarrolla muestra su progresiva experiencia y los cambios de compañeros de trabajo. El director ha tenido la fortuna de encontrar a un marinero que decidió permanecer en el mismo buque durante su proceso de aprendizaje, pero muestra que otros acaban cansados de la rutina y el paso del tiempo lento, como Tycho Van de Waal, el primer compañero de Rudmar, o deciden cambiar de barco como Leanne Van Turenhout. De manera que Rudmer se convierte en un testigo de las idas y venidas de otros adolescentes mientras él mismo experimenta su personal proceso de madurez, todavía albergando dudas sobre seguir estudiando para ser capitán. Aunque es habitual que los puertos se conviertan en escenarios de thrillers de ficción, no lo es tanto que una película como Vracht (Max Carlo Kohal, 2025) se enfoque en la vida cotidiana de un buque portacontenedores, con su paso lento por las riberas de los ríos, mostrando cómo estos jóvenes han renunciado a un tipo de vida normal para embarcarse durante seis meses, trabajando durante dos semanas seguidas alejados de sus familias. Cuenta el director que llegaron a rodar en una feria con Leanne y en una cena familiar con Daan Bonsing, pero finalmente decidieron dejar esas escenas fuera del montaje para centrarse solo en lo que ocurre a bordo del Panerai. Es una decisión acertada, porque cobran más fuerza los momentos en los que la navegación del buque junto a una feria lejana o un grupo de personas tomando el sol en la ribera, refleja esa normalidad que pasa de largo mientras Rudmar trabaja en la embarcación.
Si bien Vracht se centra en las rutinas de los trayectos y los trabajos que realizan los tripulantes, también se detiene en los momentos de pausa en la cocina o sentados durante los descansos, hablando de temas generalmente relacionados con sus familias o sus parejas. No hay demasiado información sobre estas, pero la cámara consigue un grado de cercanía que resulta destacable, y en ocasiones logra capturar esas situaciones que se salen de la cotidianeidad, a través de la relación que se establece entre la inexperiencia de Leanne, que se muestra muchas veces confundida por las órdenes que recibe, y la mayor destreza que ha ido adquiriendo Rudmer. Finalmente es una historia coming-of-age en la que asistimos a la madurez del que se convierte en el principal protagonista, pero en vez de hacerlo en un entorno urbano lo desarrolla dentro del espacio de un buque portacontenedores. La llegada a los puertos, a veces a altas horas de la madrugada, requiere una actividad más intensa, descargando los containers y recogiendo otros, en un transporte constante que representa las necesidades materiales de una sociedad capitalista. Significativamente, Vracht no se centra en los grandes barcos cargueros que cruzan los océanos, sino que prefiere quedarse en un entorno más reducido, el transporte fluvial que recala en puertos distintos durante varias jornadas. Esto provoca una interesante sensación de familiaridad (ya decíamos que el Panerai está ocupado por una tripulación de tres o cuatro personas). El propio Rudmer comenta que se establece una relación más profunda que la de simples compañeros de trabajo al estar tanto tiempo juntos: "Si sucede algo o alguien muere en la familia, no es necesario hablar de ello, pero se puede hacer". La película se envuelve en dos aspectos destacados: la fotografía de Lukas Gut, quien compartió estudios con Max Carlo Kohal en la Universidad de las Artes de Zúrich, que captura momentos de gran belleza fría en la cubierta del buque. Y la música de la compositora Mirjam Skal (1996, Suiza), que también estudió en la misma universidad, dotada de una tonalidad etérea de sintetizadores que aporta una cierta atmósfera de ciencia-ficción a la película, recordando algunos trabajos de Mica Levi. La banda sonora ha conseguido un merecido premio a la Mejor Música en DOK.fest, porque es un elemento fundamental para envolver a las imágenes de Vracht en un ambiente de ensoñación que subraya el aislamiento del trabajo en el Panerai.
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Rashid, l'enfant de SinjarJasna KrajinovicBélgica, Francia 2025 | Coming-of-Age | ★★★★☆Visions du Réel '25: Grand AngleDOK.fest '25: Premio DOK.horizonte | Premio DOK.fest Aldeas Infantiles |
En la ciudad destruida de Sinjar, en la gobernación de Nínive (Irak), permanece el recuerdo del genocidio que perpetró el Estado Islámico en 2014, con el secuestro y asesinato de miles de yazidíes, un pueblo de habla kurda originario del Kurdistán. La película apunta en los minutos finales que más de 300.000 yazidíes se han visto obligados a abandonar Irak desde aquella masacre. Las imágenes de una ciudad sepultada bajo escombros de edificios derrumbados y construcciones que parecen esqueletos puede recordar a otras zonas de guerra como Gaza o Ucrania; la destrucción del territorio es la principal estrategia para obligar a la población a huir de un lugar que pretende ser ocupado. A pesar de que el gobierno iraquí firmó un acuerdo en 2020 con Erbil, capital del Kurdistán autónomo, las tensiones han seguido tan presentes que resulta imposible comenzar el proceso de reconstrucción y el regreso de las familias que se marcharon. En la región se encuentran el ejército iraquí, los exparamilitares de Hashd al Shaabi y los combatientes yazidíes afiliados a los rebeldes kurdos turcos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que a su vez son blanco esporádico de bombardeos desde la vecina Turquía. Mientras recorre en coche las ruinas de una ciudad destruida, el joven Rashid cuenta la historia de Tawûsî Melek, un pavo real que está considerado en la religión yazidí el líder de los siete Seres Divinos que creó Dios. Según la tradición religiosa, la naturaleza, con sus fenómenos de luz y oscuridad, emana de una sola fuente, que es el Señor de este Mundo, Tawûsî Melek. A sus 15 años cuando se comenzó a rodar el documental, Rashid ha experimentado todos los procesos por los que una familia víctima de la guerra puede pasar: su abuelo fue asesinado durante el genocidio, él y su familia fueron deportados a Siria y encarcelados, donde algunos primos y tíos también murieron, y su hermana Raishin fue secuestrada y todavía permanece en cautiverio, como los 2.763 yazidíes que han sido declarados desaparecidos.
La historia de Rashid es seguramente similar a la de muchos otros jóvenes que solo han conocido el estado de guerra. En el transcurso de la película Rashid, l'enfant de Sinjar (Jasna Krajinovic, 2025), la familia se encuentra habitando una casa en ruinas, donde reciben ayuda psicológica que también supone volver a recordar los momentos más duros de sus vidas. Rashid dibuja planos de la prisión en la que estuvieron encerrados, pero también la antigua casa en la que vivían, con un árbol cercano en el que descansaban. Rashid se convierte en el portavoz de la familia, no solo para la película sino también para los medios de comunicación el día que se conmemora el genocidio de 2014, llevando una camiseta con el rostro de su hermana desaparecida Raishin. "Desde 2016 no ha cambiado nada. Si me sintiera seguro, si tuviera un futuro y derechos, no abandonaría mi hogar. Pero no hay ningún cambio, y pronto voy a tener que abandonar mi país", responde en una entrevista para la televisión. Sinjar se ha convertido en otro tipo de cárcel, aquella que impide aspirar a una vida más allá de los escombros, sin un plan real para su reconstrucción. Al mismo tiempo, la actitud de Rashid es cada vez más distante, más encerrada en sí mismo, de manera que el proceso habitual de mayor cercanía con la cámara durante una grabación larga se hace inverso, con un progresivo distanciamiento del protagonista. La directora Jasna Krajinovic (1967, Eslovenia), que estudió cine en Bélgica y se ha formado junto a los hermanos Dardenne, ha abordado otros retratos de la infancia como en el cortometraje Ma fille Nora (2016), rodado en Siria, o su premiado documental Un été avec Anton (2012). La abuela Saira se convierte en el centro de la cámara en la última parte de la película, conmovedora en su resistencia y su dolor, con su marido y familiares asesinados, su hija desaparecida y parte de su familia, como Rashid, tomando la decisión de abandonar el país para dirigirse a Australia. Rashid, l'enfant de Sinjar es un coming-of-age traumático en medio de un trasfondo que refleja la fragilidad de la paz, cuando la tensión respecto a los yazidíes comienza a aumentar de nuevo. Y en el que la emigración se convierte en la única salida, por muy dolorosa que sea.